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miércoles, 3 de agosto de 2011

Cada cual atiende su juego .I

Cada cual atienda su juego


ArribaAbajoIntroducción

Me adentro en antiguos juegos infantiles, por la imantanción que ejerce en mi vida la infancia, su permanencia. La memoria incandescente de aquella mirada libre, autónoma, abierta al mundo, creando relaciones esenciales con la palabra, reconstruyendo el pacto mágico animista. Aquella mirada.
Intento ver y oír, moverme desde el juego, materia poética. Ver por un instante aquello que viene de lejos, como Juan Ramón Jiménez, en alta mar, vio a las sirenas que se acaban de hundir. Páginas invocación de la imagen totalizadora sin perder la potencialidad del fragmento, grano de arena, playa extendida. Piedra pequeña reclamando su sentido inalterable.
Libro a primera lectura fragmentario, enumerativo, trozos aparentemente inconexos, agrupados en cinco bloques-capítulos, cinco piedras rebuscadas en caminos diversos, redondeadas de tanto repasarlas, repensarlas, cantos rodados. Cinco jugadas, combinación aleatoria, pistas a continuar en lectura sucesiva, regresiva, buscando simultaneidad, en el ir y venir de la recurrencia, mezclando planos de relación y correspondencia -indagación, recuperación, investigación- para apresar la inabarcable materia del juego.
Juego del escondite (capítulo primero)
Rebusca de aquel sentido escondido en el mismo juego, mirada inmovilizada para captar la movilidad, mas tomada siempre por sorpresa. Reflexión sobre juego, espacio, tiempo; la fundación del movimiento, palabra, ritmo, afecto. Sugerencias y observaciones imaginarias pegadas a la letra simbólica.
Juego del rescate (capítulo segundo)
Prolongado durante días, meses, años, lenta recuperación de juegos de los que escogemos estos 205 transmitidos por   —8→   voces infantiles, jóvenes, adultos, mayores. Voces que hablan detrás de la letra impresa, precedida por la clasificación y análisis de estructuras elementales.
Juego de la memoria (capítulo tercero)
Diálogo con la literatura, elegía de la infancia. Impulso por compartir la imagen poética del juego tradicional, presencia vivida, emergente en la escritura de poetas y narradores contemporáneos.
Juego de la búsqueda del tesoro (aleluyas y capítulo cuarto)
Seguimiento apasionante de datos impresos, fechas, ficheros, archivos, grabados, estampas populares, pliegos de papel por los que, muchos años antes, los escritores-investigadores han transitado. Territorio construido palmo a palmo. Bosquejo bibliográfico del gran mapa del juego y la lírica oral infantil, impreso de libro en libro, de auca en aleluya.
Aulaludus. Juego del juego (capítulo quinto)
Propuestas creativas para un taller jugado de literatura, plástica y movimiento. No para reducir, programar, evaluar el juego, sino, por el contrario, para establecer la riquísima comunicación lúdica, proceso abierto a la creación, re-creación, almacenamiento, transformación. Y aquí -y en todas las jugadas- la presencia de Elvira Martínez, Martina Martín, Ana Olmos, Graciela Pelegrín y Luz Utrilla, educadoras, expertas en expresión en el cotidiano arte de la escuela/animación cultural, sin cuya generosa colaboración este libro no podría jugarse ni abrirse el aulaludus.
Más todos los rostros que están por detrás, presentes, ausentes, perdidos...
Revelador nexo: infancia-juego-poesía, espejo en el que me reconozco y crezco.
Ana Pelegrín, mayo de 1984.




  
—9→   

ArribaAbajoI. De los juegos tradicionales

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Con la sabiduría decantada de la experiencia colectiva, el niño inicia lúdicamente aprendizajes múltiples: comportamientos, prácticas exploratorias, habilidades motrices, destrezas corporales, desafíos, riesgos, competiciones, ritmos. Complejas urdimbre, impulso vital del juego. Verdad es que acechan a los juegos populares signos de debilitamiento progresivo. Asistimos, evidentemente, a una crucial superposición entre una cultura tradicional y una cultura electrónica. El excitante andar a tientas de la gallina ciega, palpando cuerpos y aira, comparte la emoción lúdica con la precisión tajante del ojo avizor, reflejo veloz, para adivinar el avance de la nave enemiga, y su destrucción, exacto cálculo a distancia de los video-juegos.
Si en la tradición perviven en estado latente enseñanzas iniciáticas, creencias arcaicas, los nuevos juegos electrónicos proyectan un futuro, el acceso a otra dimensión, construyendo imágenes y ritos de una reciente galaxia mental. No todo es inédito. La emisión por televisión de la serie Ulises es una muestra ejemplar de qué manera presenciamos la yuxtaposición del mítico héroe griego con las aventuras de una argonauta espacial, provisto de todos los artilugios del héroe futuro. Detrás de las células radar que posibilitan a Ulises la salida de rampas y paredes deslizantes del eterno laberinto, late intacto el hilo de Ariadna.
Los ingenios tecnológicos preparan al niño de los países posindustrializados -necesaria es esta precisión- para el hombre del mañana, aunque no parece que lo alisten demasiado en la decisión del futuro.
  —12→  
Un breve tiempo antes de la disuasión general, la persuasión escalonada, de la solución final, el universo convertido en la Máquina de algún jugador, me permito respirar y recobrar algunas imágenes y juegos primeros.
Apasionante tarea por su inutilidad, por la utopía de creer que los niños-hombres de venideros días, tendrán alguna remembranza de esta cultura oral, gestual, rítmica, artesanal, aún viva en España y Latinoamérica. Y sin embargo...
«Si después de tantas palabras no sobrevive la Palabra»1 escribo desde este presente, escucho voces en sordina de niños practicando los entretenimientos de siempre, veo niños haciendo increíbles cabriolas con gomas, y en el patio tan particular de esta ciudad de Madrid 1983, los viejos juegos latinos de otras edades difuminadas siguen ejerciendo su imantación. Seducción paralela, simultánea con juguetes de alta precisión tecnológica, robots, muñecas admirables que no escamotean funciones, ni tiernos guiños, muñecos-bebés, réplica exacta de un infante de meses, mecidos y sacudidos, abandonados y acariciados, deseados y desechados según la moda-mensaje consumista del momento.
Cierto es que hay juguetes, emociones vedadas y olvidadas, como la increíble alegría de construir los propios juguetes, trompos, cometas, muñecas, lanzarse a la gran aventura de cazar grillos, luciérnagas, encantar lagartijas, construir secretos refugios en ramajes, hacer volar después de un deleitoso paseo por los dedos, a ese singular bichito llamado Coquita, Santoniña, Mariquita de Dios.
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ArribaAbajo1. ¿Extinción de los juegos tradicionales?

La cultura infantil tradicional, oral, gestual, preciso es reconocerlo, evidencia señales de extinción. Este proceso, aunque acelerado, no significa una desaparición fulminante. Simplemente porque el proceso cultural no es producto de una generación, antes bien, lenta asimilación, ya que subsiste un mensaje relacional directo entre el hacer cultural y la vida de una comunidad.
Así que pasen cinco (diez, quince) años, ¿será posible aún conjugar la cultura infantil tradicional con los nuevos modos culturales, tecnológicos, emergentes en la infancia 2000?
Juego modificado
En las grandes ciudades, la modificación del juego indica cambios de sistemas de vida, reflejados en la incorporación del nuevo modelo de niño, efectivo consumista de los productos industriales. El aislamiento del individuo-niño de los clanes sociales infantiles lo convierte en ciudadano confinado a la reducción de tantos (¿cuántos?) escasos metros cúbicos de lugar habitable.
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Civiles-niños, privados de adueñarse de espacios abiertos, perdida la conexión con la fuerza elemental de la naturaleza, sin lugares para explorar, sin calles ni clanes, ni patios, ni enseñanzas trasmisoras de una específica cultura infantil, recreada con otros niños.
Hostigado por los reclamos publicitarios, en especial en televisión, ostensiblemente desplegados en fechas claves, los niños de países posindustrializados no escapan a la ley social del mercado.
La posesión de juguetes cada vez más sofisticados invadiéndole por la oferta exterior, de un modo demoledor, refleja el poder adquisitivo familiar (o su carencia). La variedad, cantidad de juguetes de moda «imprescindibles» se constituye en el indicador del status social e integración del niño.
En todo caso, si la cultura tradicional desaparece (juegos-canciones, cuentos), no configura un hecho aislado, antes   —14→   bien se suma a una realidad palpable; lo que cambia y se transforma son los modos de vida de la sociedad, las maneras relacionales de familia, relación parental, el concepto y tratamiento de la niñez2.
La infancia de hoy, informada, formada, conformada por la televisión, conjuga algunas formas básicas de entretenimientos tradicionales, espontáneos, con «el mundo digerido» de la TV. Analizar un tema tan candente y complejo escapa del marco de este trabajo; apunto esta doble vertiente aparentemente contradictoria. De una parte, la participación infantil en un juego activo, colectivo, exploratorio, transmitido y en espacios abiertos para conquistar, jugar de tú a tú. De otra, el niño, aislado en un espacio cerrado, corporalmente sedante, pasivo, consumidor de imágenes efímeras pero altamente informativas, transformadoras de actitudes sociales.
Diluida la línea divisoria entre niñez-juventud, incluso la de joven-adulto medio, el nuevo niño adulto, observa Neil Portman, en un inquietante artículo sobre La desaparición de la niñez3, cambia los comportamientos sociales, ropas, actitudes corporales, lenguaje coloquial. Una zona indeterminada infanto-juvenil-media-adulta, debilita la noción de edades cronológicas entre el niño mayor-púber-adolescente-adultos, adolescentes niños, hasta no ha días vigente.
Dos modos culturales invaden el espacio imaginativo-lúdico de la niñez: el tradicional, reflejo del pensamiento de sociedades anteriores, y el tecnológico, nuevo avance de una «revolución industrial», una disuasión nuclear.
En zonas semiurbanas y rurales esta demarcación no asume contornos tan definidos. Diríamos que en pueblos rurales la balanza se inclina por creencias, procesos tradicionales, naturaleza, su ritmo.
Oscilando entre tradición y vanguardia -ley de retención y cambio- la cultura cotidiana y operativa adquiere connotaciones fascinantes por su complejo entramado.

ArribaAbajoLey de retención y olvido

Mecanismo análogo al de los cuentos, en un tiempo pertenecientes a la comunidad, indistintamente narrados para adultos y niños, hoy convertidos en patrimonio de la literatura infantil, los   —15→   juegos infantiles retienen las diversiones que antaño pertenecieron a un estamento «adulto» de la sociedad, o pasatiempos pertenecientes a mayores y niños.
El juego de la gallina ciega, aparece en un manuscrito iluminado, de Motetes del siglo XIII4. Rodrigo Caro (s. XVII) dice ser jugado por los niños de su época, aunque remonte su antigüedad a juegos latinos5.
En el cuadro La gallina ciega (s. XVIII), Goya reproduce una escena de adultos, escena juvenil, cortesana, en un entorno primaveral:
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gallinita ciega,



¿qué se te ha perdido?...



Da una vuelta y lo encontrarás.



Retenida en el universo lúdico, la perdida gallina ciega da tres vueltas a los siglos, asentándose en la infancia.
Por fijación de gestos y palabras, trasmitidos oral y dinámicamente, la cultura infantil retiene en la memoria la acción de viejos juegos. Retiene el código de un lenguaje no verbal, transmitido.
En esta conservación, como en todo mecanismo de la tradición, surgen variantes, contaminación, refundición, de los textos juegos, interrelación del lenguaje gestual y verbal, la ritualización.
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A este mecanismo de fijación, de estabilización -aun con las múltiples variantes- se opone el de la pérdida y olvido.
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En los Juegos de las cuatro esquinas, la memoria del espacio localizado, el desarrollo del juego, subsiste en la diversión infantil. En las encuestas realizadas constatarnos la pérdida de la fórmula oral, de la palabra, manteniéndose la gramática del lenguaje no verbal, por ritualización del gesto, movimiento, las normas del juego en espacio-tiempo.
La memoria del diálogo corporal, la gestualidad, en muchos juegos, confina al olvido a la memoria verbal, a las fórmulas, retahílas del lenguaje. ¿Pero no es también el lenguaje corporal una modalidad de transmisión colectiva tradicional, una forma cultural?
Sintetizando:
1. La cultura colectiva infantil conserva un repertorio generalizado, uniformado, de letras, juegos, gestos, movimientos y desplazamientos, común y extendido en España y en Latinoamérica. Ley de retención -piénsese, por ejemplo, en La pájara pinta, en Cucú cantaba la rana..., etc.
2. Dado el proceso de olvido, existe una muestra de juegos, indicadores de un repertorio antes generalizado, en declive. Por ejemplo, el juego Cinta de oro (Hilo de oro) del romance Elección de novia, común a fines del XIX, hoy en casi desaparición en los juegos de los niños6.
3. Conservación del ritual gestual, de movimiento y forma en el espacio, pérdida de la fórmula oral.
El patio de la escuela
En la escuela -en patios y aun en aulas-, los grupos infantiles siguen transmitiendo activamente esa cultura recibida, ya sea verbal o gestual.
En algunos casos, el educador impulsa los mecanismos transmisores, conecta la ardua tarea escolar con los mundos imaginarios y dinámicos de la infancia anclados en el juego colectivo, transmitido, espontáneo, creativo.
Éste es un recuerdo, de aquel patio, aquellos juegos, aquel día..., entresacado de la memoria:
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«Daremos la media vuelta,



daremos la vuelta entera;



haciendo un pasito atrás



haciendo la reverencia.



Pero no, pero no, pero no,



porque me da vergüenza.



Pero sí, pero sí, pero sí,



porque te quiero a ti.»




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«... Nos gustaba jugar allí, en aquella esquina del patio de recreo de nuestra escuela. Era enorme, con la tierra muy apretada, muy roja, bordeado de una fila de grandes paraísos: (El patio de la escuela tiene 50 metros de largo por 40 de ancho. Si planto un árbol cada diez metros, ¿cuántos necesitaré para...?) ... Nosotros, los niños, con las túnicas blancas, la moña azul prendida al cuello, los dedos manchados de tinta, los puños sucios... ¡Ya vino el bollero!... !Déjame, yo estoy primero en la cola!... Señora maestra, Juan me ha pegado... ¿A qué vamos a jugar?... Yo quiero a la farolera... No, más lindo al Corderito mee... siempre juegas a lo mismo... ¿Quién la queda?... Yesta, bayesta, Martín de la Cuesta... ¡La campanilla!... ¡Se terminó el recreo... A hacer la fila... A clase!»

(Olga Segurola: De una memoria-carta)
               




ArribaAbajoJuegos: tiempo y espacio

«¡Y el ciclo de los juegos! ¡Qué preocupación para Silvestre era el pensar en esto! ¿Quién dispondrá -pensaba él- cuándo se ha de comenzar a jugar a los bolos, y cuándo a las chanflas y a los cartones de las cajas de cerillas, y cuándo al marro, a la comba, al vico, al trompo y a los ceros?»

(Pío Baroja: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox)
               

La sucesión de las estaciones arrastra la noción de un tiempo para cada juego. Un calendario comunitario, calendario de fiestas populares, por ejemplo Navidad, Noche de san Juan: calendario misterioso como el tiempo transcurrido; en la primavera y el verano retoma el espacio y las tardes anochecidas la libertad de adentrarse en el pleno corazón del juego.
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Deslízase el tiempo, en la concatenación de las distintas propuestas.
Sin reglas precisas, cada grupo establece un ritual de juegos para comenzar, alternándose la noción de actividad física (correr, saltar, perseguir) con otros sedantes, juegos mímicos, escenificados; prendas, juegos con objetos, de competición. Los juegos de expectación, algunos juegos de «suspense» como el Milano o Lobo, dónde estás, juegos del asustarse, dando crédito a los informantes, son juegos terminales («eso era para el final»; «el milano, como era para meter miedo, lo dejábamos antes que nos llamara la madre»).
Una niña nos comunica esta vivencia del juego terminal: el juego de la cueva oscura.
A este juego jugábamos en el verano cuando se hace de noche.
Se puede jugar con un grupo de 10 niños, nos ponemos donde está más claro y hay que contar cosas de miedo.
Ejemplo: imaginar que en esa cueva hay un monstruo y que viene a por nosotros. Hay ratas que comen pies...
Desde lo más claro nos metemos en la oscuridad, por el camino nos tenemos que ir contando cosas de miedo y haciendo ruidos.
Al que le ha tocado que los demás le metan miedo se tiene que quedar allí solo, aguantando cinco minutos, y los demás se esconden y pueden hacer ruidos, y el que está solo tiene que ir a por los demás y al que le coja se la liga.

El discurrir temporal
Tiempo-espacio irreal, impregnado de magia. Una extraña percepción, tensión de vértigo y detención, como si el tiempo no transcurriera, de tantas acciones que podía sustentar, plenitud de la intensidad. Simultáneamente el asombro cuando había que poner fin al jugar porque había pasado ya el tiempo y el reclamo familiar era imperativo.
Carmen Martín Gaite siente ese discurrir temporal sorprendente y extraño:
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«Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo; a veces lo he comparado con el ritmo del escondite inglés (...). Es un poco así, el tiempo transcurre a hurtadillas, disimulando, no lo vemos andar. Pero de pronto volvemos la cabeza y encontramos imágenes que se han desplazado a nuestras espaldas, fotos fijas sin referencia de fecha, como las figuras de los niños del escondite inglés, a los que nunca se les pillaba en movimiento.»

(Carmen Martín Gaite: El cuarto de atrás)
               

Inscrito en un gran tiempo -un fuera del tiempo-, cada juego construye una percepción especial de la duración temporal, de velocidad, en la acción, entramándose con la duración «interior» temporal. El ayer, hoy, el antes y el después, el pasado mañana representan una incógnita para el niño. Que la abuela sea madre de mi madre, y mi padre hijo como yo de la otra abuela es un enigma indescifrable para el menor.
La vivencia de quietud e inmovilidad, silencio y ruido, crean un antes y un después, se «oye pasar el tiempo», detenido o lanzado. Los juegos de azar (alea), de vértigo (ilinx), de competición (agón), dejan su huella profunda y diferenciada, el transcurso temporal.
En el Taller de escritura, jugando con el juego Pídola, se instaló el tiempo con sus extraños laberintos y cercos7.
Definición: Dícese del juego de saltar en los patios y descansillos de invierno. De saltar por saltar y, cayendo, ver pasar el tiempo.
Pídola
«Saltaba Juan por encima de los demás igual que saltaba su primo el día que vieron aquel coche sin caballos que se escurría por las calles del pueblo. Y que les había dejado sin atención para otra cosa. Por desgracia, el último patinazo lo pegó sobre el primo. Decía mi abuela que el Sebas había muerto en la ascensión. El cobre se lo comió cuando consumía las obras del salto que dio por encima de la espalda del hijo de Patro, el calderero. Por eso decía mi abuela que Dios no le había permitido volver a mancharse en vida con esta asquerosa tierra que nos mata.
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Mi padre siempre me contaba que bajaba al lado de la fuente a jugar con su hermano el mayor y que el día que su hermano no bajó con él mientras él saltaba y veía a su hermano alejarse, se vió él, de pequeño. Era realmente entonces el nieto de Juan, su gran y blanco abuelo que se sonreía viéndolo desde la casa Alta. Hoy, desde la misma ventana que el abuelo de mi padre lo veía saltar, veo yo a mi hermanito saltando generaciones, pero cayendo en la misma grava.»



ArribaAbajoDe la madre en los juegos infantiles primeros

Recibe el niño pequeño un caudal rítmico, afectivo, en juegos primeros, unido a su experiencia con el vínculo maternal, con el nexo umbilical de la nutrición. La madre alimenta con la palabra táctil, palabra-gesto, palabra-emoción, la oralidad y la receptividad, siempre abierta, disponible, del niño pequeño. Funda los elementos afectivos, revelados posteriormente como constitutivos de la literatura vivida, jugada y conjugada, la literatura oral.
«... Mi madre, la primera transmisora del folklore, sentada a la máquina de coser y haciendo una pausa, vuelta hacia mí, en esa misma silla, para cantarme algo que yo le he pedido que cante: la canción de la Palma Verde. Es una canción nada simple, nada boba, sino al contrario, muy compleja; una canción que incluye muchas cosas: mi madre dobla una pierna sobre la otra, entrelaza los dedos, excepto el índice y el mayor de cada mano, se golpea sucesivamente con ellos la rodilla, la frente y la punta del mentón haciéndolos resbalar por la nariz y los labios, y produce un ritmo muy curioso, marcado por los chasquidos de los dos pares de dedos, que ella deja algo flojos. No lo sé explicar mejor. Y además yo mismo no consigo hacerlo como ella lo hacía. Si no fuera por mi hermano Enrique, que sí sabe hacerlo, ese rito hubiera zozobrado en el olvido. Lo que no he olvidado son las palabras. Las palabras con su música. Porque al mismo tiempo que hacía todo aquel extraordinario juego rítmico, mi madre cantaba:

  
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En el már - tengo una palma



verde vé - de hasta la punta,



y si usté - yá no me quiere



yo me llá - mó más que nunca



ah qué caray María Reducinda,



y en Chihué - ya amaneció



y los pá - járillos cantan



y la lú - ná se metió,



zape gatito, gatito, to.




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«Esto es lo primero que me viene a la memoria. Nunca antes había puesto por escrito esta canción, ni se me había ocurrido que algún día podría escribirla. He dudado en cuanto a la transcripción, y he acabado por hacerla como la hice, para dar una ligera idea del ritmo. Sé que se ha perdido mucho. He dado un esquema árido de una experiencia que era toda música y chasquidos y movimiento, una experiencia que era toda vida.»

(Antonio Alatorre: De folklore infantil)8.
               

Este emocionado recuerdo del autor mexicano de la figura materna es compartido por los mantenedores de la tradición oral: Eso lo sabía mi madre, si mi madre viviese, sí pero yo no, ella...
La figura de la madre, en su iniciación al mundo mágico de la palabra, suele estar desplazada hacia la gran Madre, Abuela, tías, hermanas mayores, porque en realidad lo que aquí se desvela es la continuidad, reestableciéndose la presencia de una figura protectora, nutridora, depositaria y regidora. Que esta presencia del Antecesor, Mayor, sea inevitable, lo señala el hecho de que los niños en su ya organizado grupo infantil, nombran a la madre para designar a la niña o niño que conducirá el juego, llevará adelante su desarrollo, la mediación equilibrante, caso de interferirse el rayo de la contienda.
Los niños pequeños repetirán las «enseñanzas recibidas» con los pequeños, les dejarán participar en sus juegos, con una permisividad especial. Al mismo tiempo los niños sienten la gran atracción de los grandes, los que ya tienen mayor habilidad, fuerza, memoria, resultando para los más pequeños la figura del Mayor.
  —22→  
«La atracción del Mayor es el motor esencial de la infancia (...) Si las reglas son estrictas, si las rimas de contar y las fórmulas constituyen una verdadera liturgia, si la actividad lúdica es entonces como un ritual, se debe a que detrás del juego se transparenta siempre la gran figura del Mayor9».

(Jean Cheteaux: Psicología de los juegos infantiles)
               




ArribaAbajoJuegos cotidianos para los más pequeños

En el frágil archivo de la memoria yacen escondidas, a veces vívida presencia de gestos, lejanas voces jugadas. El niño, pequeño explorador del extenso universo, descubre su cuerpo, pies, boca, ojos, manos, sonidos, movimiento, protegido por el cuerpo materno.

De las manos
La sabiduría popular guarda retahílas y cantarcillos para compartir ese cotidiano descubrimiento. Uno a uno los dedos de la mano -extender y replegar, el giro de la muñeca, cerrar, abrir-, adquieren su capacidad de distraer el aire. Y cuentan una historia admirable:


Éste se compró un huevito



éste lo puso a asar



éste le echó la sal



éste lo removió



¡y este pícaro se lo comió!




Construcción familiar, por la enumeración de sus personajes diferenciados y hermanados en una empresa, al parecer común, mientras no hace su aparición en escena el dedo pulgar -el tragón oficial-, dispuesto a arrasar con el alimento aderezado minuciosamente, admirando a los otros por esta cotidiana y eficaz hazaña.
Sorprende pensar que a través de esta historia sin ningún sentido, el niño recibe variadas informaciones-emociones; el frágil meñique impulsa la acción inicial, secundado por la diligente ayuda   —23→   de los otros, alegre victoria de satisfacción del pulgar, ligado a la imagen de la succión, del tragar vorazmente. Parte y todo, el niño es alternativamente meñique y pulgar, es él, en su pequeña historia, juega a ser cada uno de los miembros-acciones enumeradas. Su apetito despierto, su oralidad recibe un mensaje de búsqueda y satisfacción, hechos sucediéndose en el tiempo, indicadores del crecimiento, y aquella alegría sin culpa por ese ser tan pícaro, receptor de la ración triunfal.
Descubrimiento maravilloso: el movimiento de las manos de un pequeño, extensión hacia el mundo, prolongación al espacio, contacto. Particular magnetismo de las manos, que aprisionando la mirada del ejecutor, observador, percibe esos instantes donde emerge una luz dirigida, deslumbramiento por la forma, fluencia, gozo.


¡Manos tendidas! Y la boca aguda



quiere satisfacer sus avideces.



¡Todo contacto en goce se trasmuda!




(Jorge Guillén)10
               

Desde la memoria, realidad, reconstruyo el mundo sensible por las manos de un niño, los sonidos unidos a su exploración del movimiento, el semigiro rítmico de la mano de la madre conduciendo la mano del hijo, trazando al aire la historia aquélla:


Cin-co lo-bi-tos tiene la loba



cinco lobitos detrás de la escoba



cinco tuvo cinco crió



y a todos ellos tetita les dio.




Por fin este cantarcillo nos asegura asomos de justicia detrás de la escoba, equilibrio reparador, porque el alimento alcanzará a todos y cada uno. Tema, el de nutrición, alimento, tan importante para el niño pequeño, aparece reiterado en otros cantarcillos para las manos, identificadas como receptoras del sustento anhelado, deliciosos manjares, sean tortitas de manteca, turrones, leche nutricia.
  —24→  


Tortitas tortitas



higos y castañitas



nueces y turrón



para mi niño son.




Para alimentar lo oral, palabras volcadas en demorar el tiempo, en apresurarlo, según cual sea el impulso dado, convocando imágenes en el universo hambriento del niño. Dando palmas / palmitas para llamar la atención hacia la espera apetente, expectante, confirmando tras el juego / símbolo la profunda relación establecida, asegurar el sustento indispensable. Otras sensaciones se exploran en la mano, palmas abiertas, siguiendo las inexplicables / explicables huellas y trazos, líneas enigmáticas -que algún día quisiéramos desvelar- ahora convertidas en misterio dibujado de la felicidad mínima, tamborileo rítmico, mano de la madre sobre la diminuta del hijo, lento recorrido, precipitándose en el picoteante final.


La buena ventura - que Dios te la da.



Si pica una mosca -¡arráscatela-arráscatela!




Así de fácil deberá ser la ventura y la desventura sentida como urticaria o picor.


De cosquillas
Y puestos al regocijo, palpar, sensibilizar el cuerpo del pequeño, iniciar el ritual de las cosquillitas-cosquillón, recorriendo las piernas, el brazo, la nuca, entregadas a la solicitud amorosa del tacto:


Si vas a la carnicería / que te den una libra de carne



pero que no te den de aquí / de aquí, ni de aquí...




Hormigueo desatado, contracción animada por la risa, respuesta, sensorialidad, flor de piel, tiempo del hallazgo recóndito, restallante la alegría del cuerpo despierto al contacto y la caricia, ser táctil bullicio animal:
  —25→  


Animalito lito lito



que no tiene pata ni pico.




Un niño ríe acariciado, su risa nos acaricia, breve esplendor. Jorge Guillén siente la luz, la gracia, la fuerza de la vida en esa


Luz de carne, sonrisa corporal



suavísimos chispazos de una gracia



con fuerza de misterio sin final:



Vivir que sólo en más vivir se sacia.




(Jorge Guillen: El infante)
               




Acunar. Balancear
Pocos momentos tienen más honda fusión que acunar el cuerpo del niño; nada más cerca del incomparable don de la protección.
Balanceo, movimiento esencial de calma y seguridad, entrañable sabiduría del amor manteniendo en vilo, en vuelo, abierto, acurrucado, rescate del vacío y el temor11.
Cuerpo contra cuerpo, alejando en el vaivén lejanías y sombras.
Cuna primera, carpinteros del aire, cuerpos fusionados, movimiento primordial de las nanas12:


Este niño chiquito / no tiene cuna



su padre carpintero / le hará una



ea, ea, ea.




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Ir y venir, alejarse, acogerse, implica riesgos. El cantarcillo del Aserrín aserrán oscila desde la vivencia del cuerpo todo cercanía, pronto abrazo, a la sensación contraria, pérdida del otro cuerpo, abandono en el espacio, en el vacío, es decir, caída, caída...


Las campanas de Montalbán - unas vienen y otras van



las que no tienen badajo - van abajo, abajo, abajo...





  
—26→  
Al igual que en otros juegos con los pequeños, es fundamental la repetición, una y otra vez, de idénticas palabras-acción, porque en ese eterno retorno se asienta la seguridad del niño.
A la caída singularmente peligrosa, sucederá el volver, acogerse entre los brazos. La aventura del alejamiento en el espacio resulta una probabilidad más de explorar la red de sentimientos, sensaciones, porque al final la protección prevalecerá.
Experiencia mínima -pero no menos importante-, temor a que el espacio nos trague, alejamiento del cuerpo materno, para experimentar la alegría del reencuentro, del volver cerca del otro, contacto con la piel cálida, que la vida, en su vaivén, retoma en situaciones diversas.


De ensalmos
La palabra ritmo, henchida de afectividad, cobra propiedades mágicas en los ensalmos para ahuyentar el dolor de los golpes, las pequeñas heridas. Apaciguar el dolor, el temor, en el viejo rito de curar con salivilla la carne maltrecha, mientras se repite, tocando levemente la piel:


Sana sana / culito de rana



si no sanas hoy / sanarás mañana




Día tras día, la percepción del niño recibe con la palabra, el tacto visible de la presencia protectora, la huella imborrable de la fusión, latiendo en el ritmo, cadencia que desde la raíz alimentará el manantial, al que volverá cuando, ya hombre, necesite transfundir en otro las sensaciones primeras.
Tal vez en esa nueva comunicación de amor, se vuelva evidente el por qué en esas imágenes a veces diluidas se encierra una fuerza soterrada. Y en el tiempo
«... comprendes entonces que al vivir esta otra mitad de la vida acaso no haces otra cosa que recobrar al fin, en el presente, la   —27→   infancia perdida, cuando el niño, por gracia, era ya dueño de lo que el hombre luego, tras no pocas vacilaciones, errores y extravíos, tiene que recobrar con esfuerzos»13.

(Luis Cernuda: Variaciones sobre un tema mexicano)
               

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  —28→  
«Es verdad que me da que pensar esa ceremonia, pues hemos visto que las que hacen los muchachos, todas tienen sólido fundamento en la antigüedad, aun en los juegos tan mínimos y pueriles como venimos diciendo...»

(Rodrigo Caro: Días geniales o lúdricos, Libro II)
               

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